Los Estados Unidos: raíces e ideología

El carácter de la política exterior estadounidense podrá entenderse mejor si se toma como punto de partida el estudio de la historia del país desde la llegada de los primeros inmigrantes (1620) hasta los comienzos del siglo XX. La Doctrina Monroe y sus matizaciones son el resultado de un largo proceso, cuya síntesis figura en la Declaración de Independencia de las trece colonias inglesas de Norteamérica, aprobada el 4 de julio de 1776 en el Congreso Continental, celebrado en Filadelfia. Desde entonces esas colonias pasaron a formar lo que hoy son los Estados Unidos.
Además de la importancia histórica del documento, que delimitó en lo formal la etapa colonial y el período independiente, esta declaración resume el pensamiento y la acción de lo que desde hacía muchos años venía conformando la ideología de los habitantes de las colonias británicas del Norte, las ideas que tendrían en el curso de su historia futura: la ideología capitalista y de expansionismo territorial.
La singularidad de ese proceso la confirma John Adams, uno de los Padres Fundadores de los Estados Unidos y segundo presidente del país, al referirse a sus antecedentes, en carta del 24 de agosto de 1815 a Thomas Jefferson:
“La revolución estaba en la mente del pueblo. Y esto sucedió en los quince años que van de 1760 a 1775 antes de que se hubiera derramado en Lexington una sola gota de sangre”.
Es lo que Willi Paul Adams explica en la introducción de su libro Los Estados Unidos de América, con estas palabras:
“…en la revolución americana, a diferencia de los movimientos anticolonialistas posteriores, no luchaban por su autodeterminación política y económica los indígenas oprimidos, sino europeos aclimatados, con el apoyo de otros europeos. No fue un levantamiento de los explotados, sino el perfeccionamiento de un derecho ya garantizado parcialmente con anterioridad a su autoadministración de la primera sociedad ´moderna´, próspera, ampliamente alfabetizada, políticamente bien organizada y estable, de europeos fuera de Europa. El reconocimiento de los valores, basados en la revelación y en el derecho natural, de la libertad ciudadana, la igualdad y el derecho a la propiedad ilimitada, formaron parte de la formación del Estado”.
La esencia de esas ideas quedó plasmada en la Declaración de Independencia y en la Constitución que empezó a adoptarse el 4 de marzo de 1789. Pero los conceptos que sirvieron de base a esa mentalidad tenían un origen muy lejano: principios del siglo XVI, época en que las prédicas de Jean Calvino se habían introducido en Inglaterra a través de la corriente religiosa llamada puritana, y los ingleses que en 1620 llegaron a Norteamérica en el Mayflower con el objetivo de fundar la primera colonia británica en ese territorio: eran integrantes del ala izquierda de los puritanos de su país. Esa colonia sería la de Plymouth, en el actual estado de Massachusetts, donde se establecieron los Padres Peregrinos que aportaron la sustancia de lo que se conoce como base teórica de la organización política que serían los Estados Unidos de América.
Al vincular el calvinismo con los balbuceos del capitalismo, Federico Engels explica que:
“…donde Lutero falló, triunfó Calvino. El dogma calvinista cuadraba a los más intrépidos burgueses de la época. Su doctrina de la predestinación era la expresión religiosa del hecho de que en el mundo comercial, en el mundo de la competencia, el éxito o la bancarrota no depende de la actividad o de la aptitud del individuo, sino de circunstancias independientes de él”, para después pasar a recalcar que “esto era más verdad que nunca en una época de revolución económica, en que todos los viejos centros y caminos comerciales eran desplazados por otros nuevos, en que se abrían al mundo América y la India y en que vacilaban se venían abajo hasta los artículos económicos de fe sagrados: los valores del oro y de la plata”.
Para la época de la Revolución norteamericana la lucha política tenía otras vestimentas. Max Weber, con tono distinto al de Engels, define la nueva situación del modo siguiente:
“En todo caso, el capitalismo victorioso no necesita ya de este apoyo religioso, puesto que descansa en fundamentos mecánicos. También parece haber muerto definitivamente la rosada mentalidad de la riente sucesora del puritanismo, la ´ilustración´, y la idea del ´deber profesional´ ronda por nuestra vida como un fantasma de ideas religiosas ya pasadas. El individuo renuncia a interpretar el cumplimiento del deber profesional, cuando no puede ponerlo en relación directa con ciertos valores espirituales supremos o cuando, a la inversa, lo siente subjetivamente como simple coacción económica. (…)”.

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