Acusemos al Estado y a los padres sobre la violencia escolar

Por:  Miguel Ángel Contreras

Absolutamente todos sabemos que existe la violencia escolar, pero muchas veces no entendemos el impacto que tiene en los niños y adolescentes.

El acoso escolar es violencia; la violencia escolar es acoso. Creo que los conceptos de «violencia» y «acoso escolar», comparten tantas similitudes que, podríamos decir sin lugar a dudas, que el uno se encuentra en el otro. Porque,  ¿qué es la violencia, sino acoso? Y, ¿qué es el acoso, sino violencia? Según la tercera acepción del diccionario de la Real Academia Española, la violencia es la «acción violenta contra el natural modo de proceder», y el acoso escolar «es ese que en centros de enseñanza, uno o varios alumnos ejercen sobre otro con el fin  de denigrarlo y vejarlo». En Derecho, violencia también significa «coacción», del latín violentia, y es un componente presente en los animales superiores que la utilizan por motivo de supervivencia. Dicho concepto,  evidencia que comportarse de manera violenta es una característica puramente animal. Entonces, ¿será que en pleno siglo XXI seguimos pensando que el ser humano es simplemente un animal que a veces razona?

Creo que en algo así pensaba José Ortega y Gasset cuando nos dijo, en La rebelión de las masas, que el ser humano es cada día más «incivilizado, más bárbaro», verdad a posteriori, como diría Kant, que a veces el ser humano soslaya, debido a que la constante evolución del mundo y las industrias no le permite ver la propia involución ontológica. Mientras la tecnología, por ejemplo, va hacia el futuro, el ser humano camina hacia el pretérito, hacia el troglodismo.  El ser humano se deteriora. No somos tan civilizados, como muy a menudo se piensa, de serlo, no existiera, en este contexto, tanta violencia.

En uno de sus últimos informes, la UNESCO afirma que la violencia y el acoso escolares son un problema mundial. En un texto titulado «Behind the numbers: Ending school violence and bullying», reúne datos importantes de una serie de encuestas mundiales y regionales que abarcan a 144 países y territorios de todas las regiones. Según estos datos, casi uno de cada tres estudiantes (un alarmante 32%) ha sido acosado por sus compañeros al menos una vez al mes y una proporción similar se ha visto afectada por la violencia física.

Estas encuestas establecen que, con la excepción de Norteamérica y Europa, países donde es más común la intimidación psicológica, la intimidación física es la más frecuente. También se descubrió que lo segundo más común en algunas regiones es el acoso sexual.  Estos datos son alarmantes.

Sin dudas, la violencia y el acoso escolar afectan a todos, pero, ¿cómo les va a esos niños que de alguna manera son diferentes o especiales? Estos, sin dudas, son los que más violencia y acoso padecen. Según los estudiantes entrevistados, la causa más común de intimidación es la apariencia física, seguida por la raza, la nacionalidad y el color de la piel.

Esto es muy preocupante, ya que como bien lo establecen los expertos, el acoso tiene un efecto  negativo muy significativo en la salud mental, la calidad de vida y el rendimiento académico de los niños; los acosados «son casi tres veces más propensos a sentirse como extraños, en la escuela y más del doble de propensos a faltar a clase que aquellos que no sufren bullying, obtienen peores resultados educativos y también más probabilidades de abandonar la educación formal después de terminar la escuela secundaria»

Pero, ¿por qué sucede esto? Acaso será que, como dice Nietzsche, en El ocaso de los ídolos, es verdad que «nuestras instituciones ya no sirven para nada, pero las causas no radican en ellas, sino en nosotros». Yo creo que sí. Creo que se trata de un problema sistémico, pero que, como dice el creador de Zaratustra, la causa de ese problema es el ser humano. Es cierto que el sistema es un asco, pero, ¿gracias a quién? El problema no puede ser su propia causa.

Somos muy propensos a acusar el sistema, ¿pero no somos nosotros quienes, primero, hacemos el sistema? Creamos al sistema a nuestra imagen y semejanza, y, luego, por supuesto, el sistema nos crea a nosotros a su imagen y semejanza. De manera que podríamos decir, sin temor a que se nos acuse de malabaristas, que el hombre es el sistema y el sistema es el hombre.

A no ser que se sufra de una miopía intelectual que no nos deje ver más allá de nuestras narices, es fácil contactar el descalabro total de la gestión gubernamental que ofrecen los gobiernos mundialmente. Todos, absolutamente todos, como dice Jorge Santana en su libro De la modernidad al abismo, «viven de la falacia».

El ser humano es artífice y arquitecto de su propia desgracia.

Digo esto porque, como dice el viejo lugar común, para solucionar un problema debemos ir directamente a las causas. Y estas son, según mi modo de ver, las causas del problema: un sistema corrupto que crea ciudadanos que a su vez crían hijos incultos y sin principios.

¿Hay soluciones? Claro que sí, pero es evidente que estas no llegarán solas. Se ha demostrado que existen medidas eficaces para reducir  al mínimo la violencia y el acoso escolar. Pero, al parecer, a pocos les importa. En las escuelas de algunos países, el acoso, la intimidación, las peleas o ataques físicos, en fin, la violencia en general, ha disminuido  de manera proporcional.

Pero según la UNESCO, «estos países tienen en común una serie de factores de éxito, en particular el compromiso de promover un clima escolar y un entorno de aula seguros y positivos, sistemas eficaces de denuncia y seguimiento de la violencia y el acoso escolares, programas e intervenciones basados en datos empíricos, formación y apoyo a los docentes, respaldo y orientación de los alumnos afectados, empoderamiento y participación de los estudiantes, etc.».

Stefania Giannini, Subdirectora General de Educación de la UNESCO, dice que «a través de una combinación de un fuerte liderazgo político y otros factores como la formación, la colaboración, la información y el seguimiento, podemos aliviar el clima de miedo creado por el acoso escolar y la violencia».

¡Eureka!, como exclamó Arquímedes. He aquí el meollo del asunto: «una combinación de un fuerte liderazgo político y otros factores como la formación». El Estado debe contribuir en la formación de los escolares, proporcionándole esas cosas que los padres no pueden; pero los padres, a su vez, deben colaborar aportando eso que no puede darle el Estado. Un niño, joven o adolescente es en la escuela lo que en su casa. ¿Y cómo es posible que los padres no sean capaces de enseñarles a sus chicos esos principios básicos como el respeto y la convivencia? ¿Cómo es posible que los padres no sean capaces de inculcarles a sus chicos que no deben juzgar a alguien por su apariencia física, su raza, nacionalidad o el color de piel? ¿Y cómo es posible, pregunto, que el Estado no haga énfasis en la educación verdaderamente esencial de Moral y Civismo?  Los chicos no pueden aprender lo que no les es enseñado. De manera que, acusemos al Estado y a los padres.

Por lo menos, el 22 de noviembre de 2019 la Conferencia General de la Unesco declaró que el primer jueves de noviembre de cada año se «celebraría» el Día Internacional contra la Violencia y el Acoso en la Escuela, incluido el Ciberacoso, cuyo objeto es luchar, desde todos los medios, contra tan horrible mal.