A las rocas

A vos, habladme. Habladme y estaré callada. Decidme qué os pasa, oh lirios del valle, perfumes frescos de laureles y arce. ¡Oh, bálsamo celestial! Resplandor entre la niebla y fulgurantes astros, ¿Cómo es que habéis descendido tanto? Consulté a los árboles, pedí consejo a manantiales, ascendí al mismo cielo y por último, a las rocas acudí.

Los árboles comentaron que preferís vivir martirio y ser muñeca de plástico, a disfrutar de vuestra naturaleza. Los manantiales se quebraron, y fue tanto el llanto, que las lágrimas de sangre llegaron a lo más recóndito de los mares; y el océano, con duelo y amargura, secundó a las plantas, porque ya el reflejo no es vuestro reflejo, y es tan insípida la vida que ni vosotras os conocéis ya más.

¿Y qué decir del cielo? Si al pedir consuelo, más que consuelo encontré quebranto; falta gracia, determinación, fe, falta amor… Y no el de cualquiera, no el de Dios. Porque no cualquiera ama, y Dios ama en abundancia; pero ni el uno ni el otro sirven para nada, si el amor por sí mismas ha sido sepultado, está hecho trizas, está hecho escombros, ya no es más.

¡Oh roca mía! Oh roca mía. Ser mujer no es de un día, ser mujer no es una fecha, ser mujer no es ser plástico, porque ser de plástico no es la meta. Vuestro reflejo es lo más bello, solo si es posible verlo; pero la tragedia de esa triste comedia, es que por vanidad y lisonjas pierden la naturaleza. Pierde lo que es, pierde su esencia, su ser y su alma; y el amor propio de los lirios del valle, de los perfumes de laureles marchitados, yace en el desecho de un bálsamo sin extracto.

Las tinieblas ahogan el resplandor de los fulgurantes astros, y las penurias del viento, en silencio recoge las voces sin nombre, sin palabras ni canto, de vuestra esencia perdida. Y os dicen, oh mujer, oh roca… Cuanto más se desciende, mayor es la necesidad de elevar el vuelo. Oh mujer, eres grande. Acordaos, decid a gritos, lo que bien escrito fue por Antoine, “Solo con el corazón se puede ver bien, lo demás es invisible ante los ojos”.

Volad gaviotas, ¡Resplandeced águilas! No detengáis, oh río, vuestro auge; porque vosotras sois fueres, inquebrantable; ¡Vendad vuestras heridas! Brinda por lo que pudo haber sido y no fue, porque quizá sin saberlo, hizo caminos en la mar.

A vosotras rocas, porque valéis, y valéis mucho, mucho, mucho, mucho más.